Hay todo tipo de literatura, pero la que a mí me interesa explorar y escribir se hace en el borde del propio ser, desde el cual podemos resbalar hacia la ruptura del lenguaje.
Si la recordación focal alimenta el resentimiento, el olvido total desnutre el perdón. Ambos son pésimos ejercicios de la memoria.
El autor se reconfigura ontológicamente en cada acto de escritura, por tanto, sería válido afirmar que nadie sobrevive al poema escrito.
Cuando miro en la pantalla de mi teléfono lo que veo a través del visor, creo algo, por tanto, fotografiar es fecundar el universo.
Cuando decimos que la literatura actúa sobre el «pathos», debemos recordar que lo hace en medio del disimulo propio de las bellas letras.
Si hubiera forma de dejar salir de mí toda esa erupción de sentimientos y emociones en forma de luz, la calle devendría repentinamente en un tsunami de millones de colores y nada sería igual después…
No hay exilio interior sin esta intuición del fulgor custodiado por el enigma, sin atravesar el temblor del sigilo.
En todo caso, el dolor anímico nos hace devenir en Odiseo. Ítaca es siempre el amor extrañado.