Belleza, silencio e inefabilidad
En nuestra eternidad interior habita un particular silencio en el que la armonía cardinal, muda, convoca misteriosamente a toda belleza posible y decible… y hay en su evocación una luz ancestral y profunda.
Aquí podrás leer mis artículos publicados en el diario El Nacional (Caracas).
En nuestra eternidad interior habita un particular silencio en el que la armonía cardinal, muda, convoca misteriosamente a toda belleza posible y decible… y hay en su evocación una luz ancestral y profunda.
De una parte, el político deviene en marca y es sustituible en términos de consumición. De la otra, el ciudadano es rebajado a la condición de cliente y su confianza es reemplazada por una simple y provisional conveniencia.
La adversidad no solo es fecunda, sino que expande nuestras fronteras existenciales ayudada de la memoria. Cada vez que logramos rebasar una calamidad, recordamos el sitio y modo exactos de semejante batalla interior.
Tenemos un rol fundamental en la humanidad: cada uno trasiega una manera de ser y existir de un punto a otro del flujo de humanidad, y lo hace de un modo único e irremplazable.
Somos las palomas que alguien más observa… y no lo sabemos. Incluso… quizás seamos observados más allá del tiempo y del espacio, y de las fronteras de este mundo que altivamente creemos único…
Si el mundo es el discurso de la armonía cardinal, el hombre es su más elevado recurso discursivo.
El alma de la belleza —armonía oculta— establece un diálogo de opuestos con la belleza explícita, con lo cual se genera un equilibrio del que escasamente tenemos una vaga intuición. Hacer arte es participar de este coloquio.
La memoria es un locus fecundus. Hace posible que el creador y el evocador engendren conjuntamente para la belleza intermitente un nuevo domicilio en el espíritu.