Hay, sin embargo, una diferencia sustancial entre la simulación y el silencio ontológico. En la primera, el acento está puesto en la máscara. En el segundo, el acento está en la ausencia del rostro.
Hay sociedades más mudas y sordas que otras. Y hay aquellas en las que el soplo de la muerte interior es un huracán gélido. En ellas todos gritan como los infelices del Infierno de Dante, pero nadie escucha.