Decíamos ayer…

Cuando fray Luis de León regresó a dictar la cátedra de Teología en la Universidad de Salamanca, tras casi cinco años de reclusión en las mazmorras de la Santa Inquisición —causada por las intrigas de su rival académico el profesor León de Castro y del dominico Bartolomé de Medina—, dijo aquello de «Dicebamus hesterna die…» (decíamos ayer…).[1]

La frase y fray Luis de León

La frase da mucho de qué hablar. A primera vista, parece que su autor simplemente intentaba ignorar el tiempo de presidio. Al pronunciarla ante unos alumnos que esperaban con ansias aquella primera clase del 29 de enero o del 3 de marzo de 1577,[2] tenía evidentemente el sentido de zanjar el asunto inquisitorial, pero entrañaba aun más. Hay elementos pragmáticos en ella que revelan su complejidad.

Partamos, en principio, de la producción poética del monje agustino. En sus odas es común toparse con encabalgamientos, esto es, el encadenamiento del final de un verso con el principio del que le sigue; o, dicho en términos más técnicos, la excedencia sintáctica de la unidad métrica. Cuando el verso ocupa dos renglones, infringiendo la debida pausa de final del primer renglón, tenemos un encabalgamiento. Por ejemplo, en la oda Elisa, ya el preciado, León hace uso del encabalgamiento (en color rojo):

¿Qué tienes del pasado
tiempo sino dolor? ¿Cuál es el fruto
que tu labor te ha dado? […].[3]

Como se echará de ver, el primer verso no termina en «pasado», sino que continúa en el segundo verso, en «tiempo». Y este, a su vez, continúa en el tercero. Hay, sin embargo, otras muestras de encabalgamiento leonino mucho más atrevidas porque en ellas, por ejemplo, una palabra se parte entre dos versos, como en la oda Qué descansada vida:

Y mientras miserable
mente se están los otros abrasando
con sed insaciable […].[4]

Ahora bien, ¿cuál es la relación entre la frase de León y el encabalgamiento? Que el segundo, utilizado en una unidad estrófica como la lira,[5] revela dos cosas: 1) una lucha entre la rigidez de la forma y la pasión del contenido, un modo de subvertir el rigor estructural; 2) que su autor era una persona de carácter vehemente, con lo cual la frase salmantina adquiere otro relieve.

Podríamos decir, sin temor a errar, que «Dicebamus hesterna die…» fue un encabalgamiento entre el ayer previo a la prisión y el hoy posterior a la misma; una sedición contra la estrechez de criterio que lo apartó por cuatro años y nueve meses de las aulas de clases; en suma, el modo de expresar, una vez más, su rebeldía contra las pausas absurdas, las del verso y las de la vida.

En otro orden de ideas, está el asunto de la construcción gramatical de la frase. Comienza con un verbo en tiempo pretérito imperfecto y en primera persona del plural. León no utilizó «dijimos» o «hemos dicho», sino que se valió de una temporalidad verbal imperfectiva cuya característica es su indefinición temporal. Con ella lograba el encabalgamiento entre dos tiempos tajantemente separados por la prisión inquisitorial.

Además, según los planteamientos de Harald Weinrich sobre los tiempos verbales,[6] el pretérito imperfecto pertenece al mundo narrado, de modo que —aun tratándose de una lección académica y, por tanto, inherente al mundo comentado— León se mira a sí mismo como personaje de una narración que debe proseguir.

En cuanto a la persona gramatical, fray Luis de León no utiliza la primera de singular: «Decía ayer…», sino que emplea el plural de modestia: «Decíamos ayer…». Con el uso de esta fórmula no solo incluye a sus alumnos: también suma a todo el claustro universitario en un esfuerzo por restaurar el cuerpo académico tras su ausencia. Es muy probable que, también en este sentido, León procurara encabalgar las dos partes en que quedó dividido su salón de clases (él y sus alumnos) con la causa seguida en su contra y la de otros dos profesores.

Con lo dicho hasta aquí, se puede inferir no solo que León era un eximio representante del humanismo renacentista, sino un testigo del tránsito que ya se anunciaba en la proximidad del manierismo, razón que explicaría la tensión entre forma y contenido en sus odas, así como el deseo de mantener la unidad en lo transicional.

La frase hoy

¿Qué tiene que decirnos la frase leonina 443 años más tarde? Una de las maravillas del lenguaje es la atemporalidad de algunos textos. Aquella expresión, dicha en un aula de la Universidad de Salamanca en el último tercio del siglo XVI, tendrá vigencia cada vez que la estrechez de criterio se imponga y sea superada finalmente por la inteligencia.

«Decíamos ayer…» debe ser, por antonomasia, el modo de inaugurar la mañana que sigue a toda noche de opresión y oscurantismo. «Decíamos ayer…» debe ser el modo de reconectar con lo que teníamos de eximios antes de que nos rompieran y pretendieran convencernos de nuestra inutilidad. «Decíamos ayer…» debe ser la frase contra quienes pretendan infartar el tiempo y hacer una cesura en la vida de todos.


Notas

[1] Nicolaus Crusenius, Monasticon Augustinianum, ed. de Apud Ioannem Hertsroy (Múnich, 1622), 209. La frase en cuestión no la registra fray Luis de León, sino, ya fallecido León, otro monje agustino, Nicolaus Crusenius, quien fue un historiador de la orden y tuvo notable relevancia en el gobierno de la misma en los Países Bajos.

[2] La disparidad de fechas obedece a que fray León tomó posesión de la cátedra el 29 de enero e hizo una primera lección pública; pero, por falta de aula y horario, no sería hasta el 3 de marzo cuando comenzara formalmente el período lectivo. Así que no hay modo de saber cuándo fue pronunciada la célebre sentencia leonina, y si realmente la pronunció o corresponde a una leyenda aupada por Nicolaus Crusenius.

[3] Luis de León, Poesías, ed. de Ramón Fernández (Madrid, 1790), 12.

[4] Ibíd., 4.

[5] La lira es una unidad estrófica, bastante rígida, que fray León cultivó; consta de cinco versos, de los cuales tres son heptasílabos (siete sílabas métricas) y dos son endecasílabos (once sílabas), con rima 7a-11B-7a-7b-11B. De origen italiano, y atribuida al poeta Bernardo Tasso, amigo de Garcilaso de la Vega, es introducida en la poesía española por este último con la Oda a la flor de Gnido, de cuyo primer verso toma su nombre: «Si de mi baja lira».

[6] Harald Weinrich, Estructura y función de los tiempos en el lenguaje, trad. de Federico Latorre (Madrid: Gredos, 1974), 93.

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