Pensar desde el ojo del huracán

El ingreso de un avión cazahuracanes al ojo del sistema ciclónico puede tomar una decena de horas y cientos de kilómetros. Si al momento de atravesar la pared de agua el huracán ha subido de categoría, la maniobra podría implicar cientos de kilómetros y varias horas adicionales. Una vez en el centro, este parece la negación de lo que el ciclón es: cielo azul, viento calmo y el sol en el cenit. Alrededor, sin embargo, todo señala inequívocamente que el monstruo vive con fuerza destructora. Ahora bien, no hay otro sitio desde donde se puedan medir mejor los parámetros científicos del sistema ciclónico que su ojo.

Por analogía, es necesario viajar al ojo de cualquier turbulencia existencial para conocer a fondo sus propiedades y, en consecuencia, entender hacia dónde se dirige y cómo lo hará. Ya sé que hay toda una corriente hedonista que plantea en nuestros días lo contrario, pero no me interesa. Lo mío es el viaje al ojo del huracán, y el regreso. El regreso es esencial. Sin él, no hay viaje.

Es la razón por la que sigo en Venezuela —mientras se pueda—: pensar y escribir desde el centro de este ciclón geopolítico. Quizás ello explique la absurda calma social que vive nuestro país. Aquí todo parece estar en silencio, con el cielo azul y el sol en el cenit. Y unos miles de kilómetros más allá, en tierras aledañas, ruge la pared de agua haciendo añicos la institucionalidad de otras naciones. Quizás alguien me refute que seamos el centro ciclónico argumentando que lo es Cuba. Lo siento, pero no. Somos colonia de Rusia y China, no de Cuba. Cuba es solo el celador.

No es, sin embargo, la especificidad del tema neocolonial ruso-chino respecto de Venezuela de lo que me quiero ocupar, sino de algo más grande. Este sistema ciclónico no es solo un asunto geopolítico. Personalmente estoy convencido de que asistimos a la atomización de eso que hemos conocido como Occidente en varios occidentes. Esa unidad monolítica que fue la civilización occidental luce fisuras que parecen inexorablemente causa de su desmembramiento.

Hay un occidente anglosajón, de marcada religiosidad luterana y lógica kantiana y cientificista. Hay otro occidente latino, subsidiario de una cultura católica, que oscila entre el pensamiento mágico-religioso y la lógica cartesiana. Hay un occidente ancestral, vinculado a las culturas autóctonas de África y América y de lógica mítico-fenomenológica.[1] Hay otro occidente ficcional, cuya narrativa ha sido construida por el cine durante los últimos cien años. Hay un occidente oriental, de influencia india y culto budista, pero hay también otro occidente oriental, marcado por las dinámicas comerciales y políticas que Rusia y China imponen por medio del BRICS y de su presencia creciente en el continente americano. Hay un occidente islámico, cuya impronta cultural puede palparse en países como Francia y España. Y, por último, hay un occidente sincrético, mezcla de los otros occidentes.

Este caleidoscopio occidental ya estaba allí, solo que sostenían su aparente unicidad varias categorías filosóficas y culturales que, se suponía, daban cuerpo a Occidente, pero que han hecho agua recientemente, quizás porque nunca fueron tan sólidas como pensábamos. Por citar solo un ejemplo, es paradójico que el Dr. Thomas Woods considere la democracia y los derechos humanos, tal como los entendemos hoy, como un aporte exclusivo de la civilización occidental cuando esta se forjó durante siglos de arbitrarias autocracias monárquicas.[2] En tal sentido, ¿el ascenso del Führerprinzip durante la primera mitad del siglo XX o su actual resurgimiento no podrían tomarse como un retorno radical de Occidente a su esencia absolutista?

Por otra parte, se nos ha dicho hasta la saciedad que el dibujo político-jurídico del Estado es un aporte del derecho romano a Occidente, pero… ¿desde cuándo fue así? Creo no equivocarme si afirmamos que con el surgimiento de la ciudad moderna, tomado su origen como muy temprano en el Renacimiento. Es, no obstante, en la Revolución Francesa cuando Occidente (enunciando el tríptico «Libertad, igualdad, fraternidad») mira a la ciudad romana y su sistema legal para emularlos.

Creo que con demasiada frecuencia idealizamos Occidente. Los varios occidentes que cohabitan en él ya estaban allí, solo que queríamos creer que eran una sola cosa, uniforme y sólidamente constituida. Me parece, sin embargo, que es mucho más enriquecedor contemplar la posibilidad de un Occidente fragmentario, plural y diverso. Esta atomización —por cierto, muy propia de nuestra modernidad líquida— profundizará, y mucho, las diferencias entre estos pequeños occidentes. Vernos así, como habitantes de algún minúsculo occidente, ayuda a pensarnos sin la soberbia cultural con la que a menudo tendemos a mirarnos de un modo narcisista.

¿Qué vendrá, entonces? La civilización polioccidental. Pasaremos de la infantil univocidad a la equivocidad propia de un proceso de adultez civilizatoria. Lo propio de la infancia es la monosemia existencial: el ser sólidamente uno. Lo característico de la adultez, en cambio, es la polisemia vital: el ser sinuosamente polisémico y múltiple. Crecer, inevitablemente, es bifurcarse, multiplicarse, hacer mitosis existencial y cultural. Esta ambigüedad de las cosas que genera ambivalencia en su percepción, de la que hablaba Zygmunt Bauman,[3] no era más que una intuición del efecto en la modernidad líquida occidental de su fragmentación cultural.

Caminamos, por tanto, hacia la desaparición de Occidente tal como lo hemos conocido, pero no por las razones que Spengler argumentaba en La decadencia de Occidente,[4] sino porque este necesariamente avanzará a otro estadio ontológico. Así como en un adulto reconocemos apenas algunos rasgos del niño que fue, en esa cultura polioccidental que se forjará durante los siglos venideros será difícil vislumbrar algún parecido nuestro con ella.

Volviendo a nuestra idea inicial del ojo del ciclón, quizás asuste decir que no hay un solo sistema ciclónico occidental, sino varios y, por consiguiente, diversos ojos. Occidente es un sistema policiclónico, también, y esta pluralidad de turbulencias está dibujando, aunque apenas nos percatemos de ello, un nuevo mapa antropológico.


Notas

[1] Las culturas ancestrales europeas ya no existen, por tanto, no tienen la presencia viva que sí poseen las aborígenes americanas y africanas que aún subsisten.

[2] Cf. Thomas Woods, Cómo la Iglesia construyó la civilización occidental, trad. de Catalina Martínez Muñoz (Madrid: Ciudadela Libros, 2010).

[3] Zygmunt Bauman, Modernidad y ambivalencia, trad. de Enrique y Maya Aguiluz (Barcelona: Anthropos Editorial, 2005).

[4] Oswald Spengler, La decadencia de Occidente, trad. de Manuel García Morente, 2 vols. (Barcelona: RBA, 2005).


Cómo citar este artículo

Alayón, Jerónimo. «Pensar desde el ojo del huracán.» ViceVersa Magazine. 11 de noviembre de 2019. https://www.viceversa-mag.com/coloquio-los-horizontes/.

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