Admiro a las personas que pueden hablar de sus emociones como si fueran productos de un supermercado. Las mías son lo más parecido a un preescolar de sombras mutantes.
Si hubiera forma de dejar salir de mí toda esa erupción de sentimientos y emociones en forma de luz, la calle devendría repentinamente en un tsunami de millones de colores y nada sería igual después…
Creo que lo más trascendente de mi vida será decir alguna vez, al final de ella, que un día dejé de simplemente estar y empecé a ser. En esto radica mi felicidad…
El término «ásperger» no está aceptado por el Diccionario de la RAE, lo que nos coloca en una situación difícil para su uso.
Sencillamente, carecemos de eso que yo llamo «inteligencia social». Y dependemos de la inteligencia social de los demás, de su empatía y capacidad para comprender el galimatías que somos.