La ausencia discreta es una virtud difícil de cultivar. Supone optar por ella y otorgarle un sentido que se completará en otras presencias, e implica que la falta de enunciación adquiera sentido en otros enunciados.
Tampoco se puede poner en práctica la escucha ontológica si, en lugar de oír profundamente el ser del otro, se construye un discurso cuyo referente es el yo.
Hay, sin embargo, una diferencia sustancial entre la simulación y el silencio ontológico. En la primera, el acento está puesto en la máscara. En el segundo, el acento está en la ausencia del rostro.