¿Está pasado de moda el existencialismo?
La única manera de lidiar con este mundo sin libertad es volverte tan absolutamente libre que tu mera existencia sea un acto de rebelión.
Albert Camus
Hace poco oí decir que el existencialismo estaba pasado de moda. Está claro que los fashionistas también han invadido el campo de la filosofía. Si algo tienen los sistemas filosóficos es que nos pueden ser de utilidad incluso al paso de los siglos. Si no, pregunten a los actuales seguidores de Zenón de Citio. Volviendo al asunto inicial, el existencialismo es hoy más necesario que nunca. Las premisas que lo hicieron posible en el siglo XX se han profundizado y exacerbado en la actual centuria.
El homo captus (‘hombre encadenado’), en el que nos hemos convertido, parece no tener escapatoria. Víctima de modas, tendencias, ideologías y el exceso de actualidad, se halla asediado y sin casi posibilidad de ejercer su libertad. Paradójicamente, el término captus también significa en latín ‘capacidad’. Así pues, en todo cautivo reside una factibilidad de libertad moral, concepto caro a los existencialistas. En este sentido, el existencialismo plantea una tríada que incumbe al homo captus: libertad, ética y responsabilidad.
La piedra angular del existencialismo es la libertad moral. Puesto que, como decía Sartre, «la existencia precede a la esencia», corresponde al individuo construir su propio ser, para lo cual requiere forjarse libremente una identidad autónoma. Para Thomas Reid —un filósofo escocés del s. XVIII poco estudiado hoy—, toda libertad humana es por antonomasia libertad moral, lo cual supone la capacidad de elegir por propia voluntad, siendo responsable de ello. En otras palabras, para Reid la libertad moral está condicionada por los propios principios, valores y convicciones morales, y sometida a la responsabilidad moral. Si además se es creyente, tal equipaje axiológico estará orientado hacia el Creador y el bien común de su creación.
En este orden de ideas, se puede afirmar que el mayor grado de libertad humana estriba en ser ético, puesto que la libertad moral implica también la posibilidad de elegir entre el bien y el mal sin coacciones internas o externas. La voluntad, por tanto, es el modo como la libertad se hace concreta en un tiempo y espacio determinados. En consecuencia, no puede haber ética sin libertad y viceversa. Claro, alguien podría decir, entonces, que la miseria moral de ciertos presidios se explica sola según este principio, pero no se debe olvidar que la prerrogativa más importante de la libertad es la capacidad de crearse a sí misma: el ser ético está permanentemente obligado a recrear su libertad expandiendo sus horizontes, sin importar cuán acotada esté aquella por factores de diversa índole.
Ahora bien, esta libertad —que ha de reinventarse a cada instante como afirmación del ser ético— no es algo que venga dado, sino que es un tejido existencial que está en permanente cambio y entreverado con el resto de la humanidad. Pensada así, la libertad individual no es más que el hipónimo de la libertad humana con cuyo diseño ontológico colabora. Ello es posible porque la libertad supone además la responsabilidad moral. No solo se debe responder por las consecuencias de los propios actos, sino que hay que hacerlo por el modo en que el uso de la libertad personal afecta finalmente la humana, razón por la cual los autócratas deben tanto a la humanidad.
La evidencia más notable de la libertad moral es la capacidad de elección. Cuando alguien limita las opciones elegibles de otro, hay una acotación externa de la propia libertad. En este caso, la conciencia moral le dice al sujeto que debe sostener su autonomía siendo leal a sus valores. En ello radica el mayor riesgo de ser libre y la mayor rebeldía del homo captus: ser ético. Sin embargo, no es libre quien no tiene conciencia epistémica de sus opciones. No basta con poder elegir: hay que saber elegir, conocer los reales alcances de la voluntad.
La libertad moral, sin embargo, debe tener un sentido. Si bien es cierto que la persona que obra conforme a sus valores lo hace generalmente dentro de un proyecto de vida, tarde o temprano será inevitable dar de bruces con el absurdo, entendido este no solo en cuanto que confrontación entre las propias expectativas y la indiferencia del mundo (Camus dixit), sino, peor aún, como el choque entre dos dimensiones internas del ser. El absurdo es un hiato ontológico y metafísico, la constatación de que algo está roto, y su consecuencia es la pérdida del sentido vital.
No son las circunstancias absurdas las que causan la deriva existencial, sino la convicción de que la vida en sí misma carece de un sentido. La distancia entre aquellas y esta es la conciencia moral de la persona. Un hecho es absurdo en función de la conciencia epistémica y moral que se tenga de ello. Si un individuo no sabe que cierto acontecimiento es absurdo para sí, difícilmente tendrá una conciencia moral al respecto, pues es esta la que cuestiona el sentido causal y último de la libertad: ¿por qué y para qué soy libre?
Quien vive seriamente se cuestionará muy a menudo el sentido de su libertad. Cuando Camus decía en El mito de Sísifo que «el único problema filosófico realmente serio es el del suicidio», estaba poniendo sobre el tapete una cuestión incómoda. La autólisis, salvo en los casos psiquiátricos, es una respuesta dolosa a la pregunta por el sentido de la libertad, y no restaura ni un ápice la crisis de valores que subyace tras el crac existencial. Hay que poner de relieve el asunto porque el homo captus está más expuesto que nadie a semejante tragedia.
¿Qué hacer, entonces? El existencialismo propone la rebeldía del coraje: abrazar el absurdo, asumirlo y luchar por resignificar la vida. En otras palabras, pasar del homo captus al homo authenticus —en el contexto existencialista, ser auténtico implica elegir la dignidad humana—. Quien está ofuscado en hallar el sentido vital es el primero en perderlo. Por el contrario, reconocerse extraviado es admitir que en esa nueva topografía del absurdo hay que forjarse otra razón de ser, un logos redimensionado. No se trata de descubrirlo, sino de crearlo, de entender finalmente la poiesis de la existencia, esa fuerza fecundante que hace posible la libertad donde otros solo ven barrotes y guillotinas.
© Jerónimo Alayón y El Nacional. https://bit.ly/3KcYCYv
CITA CHICAGO:
Alayón, Jerónimo. «¿Está pasado de moda el existencialismo?». El Nacional. 21 de febrero de 2025.
CITA APA:
Alayón, J. (2025, 21 de febrero). ¿Está pasado de moda el existencialismo?. El Nacional.