Notas sobre el espacio-tiempo en la heteronimia
La dimensión espacio-tiempo es intrínseca al ser, por consiguiente, también al heterónimo. En rigor, el autor ficcional puede ocupar un espacio real o no y actualizarse en un tiempo histórico o no. Sin embargo, si la heteronimia es una subversión de la noción convencional de autoría, no debería haber razones para no subvertir también las nociones habituales de espacio y tiempo.
En tal sentido, las ciudades ficticias ofrecen mayor plasticidad que las ciudades reales. No solo es posible ampliar o reducir casi a capricho sus límites geográficos en particular y materiales en general, sino que también permiten reestructurar su organización social, cosmovisión y coordenadas ideológicas y culturales, siempre y cuando no desborden el pacto ficcional del sistema heteronímico. Los espacios ficcionales son propicios al derroche de creatividad que supone producir una comunidad de heterónimos.
Un aspecto interesante de las ciudades ficticias es que favorecen la construcción de mundos por medio de los cuales se pudieran establecer —no necesariamente— relaciones de crítica, heurisis o denuncia respecto de la realidad, algo que puede ser especialmente útil cuando cuestionar el statu quo implique un alto riesgo.
Ahora bien, una ciudad ficticia puede ser imaginaria o imaginal. En Mundus Imaginalis or the Imaginary and the Imaginal (1964), Henry Corbin desarrolla —a partir de la idea islámica de octavo clima y de los relatos de Sohravardi— la noción de mundus imaginalis para referirse a «un lugar que no está contenido en un lugar, en un topos», una ciudad espiritual que no se corresponde con un ubi (lugar sensorial), sino con un ubique (en todas partes), un mundo intermedio entre la vigilia y el sueño que no se percibe ni con los sentidos ni con el intelecto, sino con la imaginación activa, que es para Corbin el espejo, el lugar de epifanía del mundus imaginalis, «una función que permite a todos los universos simbolizarse entre sí (o existir en relación simbólica unos con otros)».
La ciudad imaginaria se opone a la real, pero la ciudad imaginal no es imaginaria, sino suprasensorial, está más allá de los sentidos y del intelecto. Se trata de un mundo con una densidad ontológica tal que pudiera parecer tan real como el de los sentidos o el del intelecto. Escapa, por tanto, a la fantasía (que produce lo imaginario) y, como ya se dijo, solo se percibe con la imaginación activa que, en Corbin, no queda claro si coincide con la misma noción junguiana, pero que él define como imaginación espiritual, el «órgano que permite la transmutación de los estados espirituales internos en estados externos, en visiones-eventos que simbolizan esos estados internos».
La propuesta de un mundus imaginalis en tanto que dimensión espacial de un sistema heteronímico me parece fascinante, y comprueba que sus límites son sumamente dúctiles y expandibles en proporción a la plasticidad de los textos en los que se expresa. Bien que acerquemos el origen de las expresiones de la imaginación activa al inconsciente (Jung) o al alma (Corbin), en ambos casos estamos oscilando entre lo irracional y lo místico, con toda su posible carga hipersimbólica e hipercríptica, rasgos que se constituyen por sí solos en generatrices de mundos tan altamente ricos e interesantes como los que creó, por ejemplo, Tolkien con su propia mitología y hasta con su inédita lengua élfica.
Ahora bien, no podemos emancipar el desarrollo espacial de un sistema heteronímico de su actualización temporal. También es necesario subvertir esta categoría sacándola de su progresión lineal. No estamos hablando de solo desordenar, en términos narrativos, la secuencia de la historia en el discurso echando mano de los saltos temporales de analepsis (flashback) o prolepsis (flashforward).
Dada su extraordinaria maleabilidad, me parece interesante aproximar los sistemas heteronímicos a la noción de origami del tiempo, una temporalidad en la que el tiempo se pliega sobre sí y los momentos se superponen. En tal sentido, el uso —explícito o no— de dispositivos ficcionales como el teseracto o hipercubo, el agujero de gusano y el horizonte de sucesos —traídos a la literatura desde la física— me parecen formas sumamente atractivas para explorar narrativa y hasta poéticamente la cuarta dimensión, la del tiempo.
Así, por ejemplo, el tiempo no transcurre igual a ambos lados de un horizonte de sucesos, que podría estar metaforizado de modos innumerables (un cristal unidireccional, por ejemplo), pues de un lado se ralentiza y del otro se detiene. Los agujeros de gusano bidireccionales podrían tener mucha más aplicabilidad que su tan manido uso en las máquinas del tiempo y las paradojas temporales. La construcción de un hiperespacio —imaginario, imaginal o híbrido— con sus atajos espaciotemporales bidireccionales y sus tiempos divergentes superponiéndose, pero sin tocarse, es una posibilidad que ejerce sobre mí un atractivo irresistible, y que intento desarrollar por medio del Proyecto Akanthos sin el aparataje de la ciencia ficción.
Creo que en este punto se puede entender que no me resulte tan traída de los cabellos la posibilidad de un ortónimo ficcional, más que real. Me parece que se corresponde más honestamente con todo el potencial creativo que encierra un sistema heteronímico. En el mundo de las ciencias —donde todo debe corresponderse con una evidencia empírica, incluido el autor— la noción de autoría es el aval de los contenidos puestos en discusión. Sin embargo, en el mundo literario el autor no está obligado a ser el fiador del sistema ficcional. Esto es lo que está al centro de cualquier discusión sobre seudónimos y heterónimos —incluso los anónimos—, y lo que sustenta la autonomía de la voz narrativa o lírica respecto del autor.
Que el ortónimo sea otro ente ficcional más dentro del sistema heteronímico me parece que es mucho más congruente con el pacto ficcional y con la ontología del discurso literario. El autor está sujeto a las leyes físicas del mundo real y a su limitada dimensión espacio-tiempo. El ortónimo ficcional, en cambio, se debe a las leyes de la verosimilitud, propias de cada pacto ficcional, y a la dimensión espaciotemporal que este le configure, sin duda, infinitamente más ricas y versátiles, tanto como los límites del lenguaje.
© Jerónimo Alayón y El Nacional. https://bit.ly/3KcYCYv
CITA CHICAGO:
Alayón, Jerónimo. «La heteronimia es la dispersión del yo ortónimo». El Nacional. 23 de mayo de 2025. https://is.gd/dKB5so
CITA APA:
Alayón, J. (2025, 23 de mayo). La heteronimia es la dispersión del yo ortónimo. El Nacional. https://is.gd/dKB5so