Pluma y espectáculo
No he cultivado mi fama, que será efímera.
Jorge Luis Borges
En 2012, Vargas Llosa evocó en un congreso literario el desconcierto que experimentó García Márquez tras el éxito de Cien años de soledad. No obstante, la calidad de su prosa se mantuvo inalterable, debido a que su motivación trascendía la mera búsqueda de reconocimiento. En El olor de la guayaba (1982), García Márquez confesó a Plinio Apuleyo Mendoza que su incursión en la escritura fue inicialmente fortuita, evolucionando hacia una actividad placentera y, finalmente, a una necesidad esencial, aduciendo que ninguna otra ocupación le procuraba mayor satisfacción. A sus setenta y tantos años, reiteró su desinterés por el éxito y su aversión a transformarse en espectáculo mediático.
La fama es algo que puede llegar como consecuencia del trabajo bien ejecutado, pero hay quienes invierten sus energías en procurarla de manera artificial. Las líneas que siguen son mi opinión sobre la relación entre la escritura y el desmedido apetito de fama, no un vademécum.
La contemporaneidad, signada por el advenimiento de las redes sociales, ha propiciado la emergencia de un fenómeno singular: la hiperautopromoción. La democratización de la producción, promoción y distribución de información ha facultado a cualquier individuo provisto de un dispositivo inteligente para erigirse, a bajo costo, en un ente imaginal, concepto acuñado por Henry Corbin. Más aún, se ha facilitado la construcción de un complejo ecosistema imaginal en torno a la propia figura. En este nuevo contexto, la delimitación entre lo tangible y el mundus imaginalis se ha difuminado hasta tal punto que la ficción digital a menudo suplanta la realidad empírica. Este juego especular se erige como un rasgo característico de la posverdad y es un caldo de cultivo para el narcisismo digital.
Un escritor se define intrínsecamente por la intencionalidad de su acto escritural, con independencia de la divulgación o la recepción crítica de su obra. Escribir implica un propósito definido, el dominio de una técnica específica y una motivación que trasciende la simple necesidad de expresión. Las causas subyacentes a la escritura son diversas, desde la pulsión existencial hasta el encargo profesional. No obstante, escribir para alcanzar la fama representa una distorsión del impulso creativo primigenio. En este sentido, construir una imagen pública de escritor desprovista de un corpus escritural sustantivo constituye una impostura de mayor envergadura.
En la actualidad, las plataformas de redes sociales se encuentran saturadas de individuos que aspiran a la notoriedad literaria a través de la publicación de obras concebidas con esta única finalidad. Manifiestan un anhelo vehemente por obtener reseñas favorables en cualquier medio de comunicación, pero carecen de un proyecto literario genuino. Esta carencia se hace patente al examinar sus trabajos, en los que se constata la ausencia de un leitmotiv estético o filosófico que proporcione cohesión a su producción. Cuando cada obra se concibe bajo la fugacidad de una moda o al amparo de una tendencia efímera, el resultado previsible es un collage lamentable de obras inconexas.
A este respecto, he observado una correlación significativa: la dedicación desmesurada a la autopromoción tiende a menoscabar la calidad literaria. La relación entre la escritura auténtica y la aspiración a la celebridad reviste, por su naturaleza, una complejidad intrínseca y, con frecuencia, resulta conflictiva. La escritura, en su esencia más prístina, emerge como un acto solitario, íntimo y reflexivo. Se origina en el silencio, la introspección y la exploración del universo interior del autor.
En contraste, la apetencia de fama constituye un fenómeno inherentemente público. Demanda una atención constante, una exposición mediática y una interacción continua con la audiencia. Esta dicotomía fundamental plantea la primera problemática: la ambición de popularidad erosiona el espacio indispensable para el desarrollo de la escritura, lo que conduce a un deterioro gradual de la calidad creativa. El autor que anhela transformarse en celebridad, solicitando entrevistas, presentaciones y eventos sociales, inevitablemente verá mermado su tiempo y energía para consagrarse a la labor de escribir. El silencio creativo, fuente primigenia de la inspiración, se ve asfixiado por la estridencia de un prestigio artificial.
Adicionalmente, la obsesión por alcanzar la celebridad introduce una presión externa nociva para la creatividad. Cuando un escritor escribe con el propósito primordial de obtener fama, abandona la autenticidad de su voz y su visión artística singular. En su lugar, escribe desde la presunción de lo que el público desea leer, transformando la escritura en una forma de producción mercantil, antagónica a la expresión artística genuina. En este punto crítico, la libertad creativa se ve sustancialmente comprometida por la necesidad de complacer a una audiencia masiva, y la autenticidad literaria se diluye en el vano intento de satisfacer los gustos volátiles y heterogéneos del gran público.
En términos generales, la vida privada constituye para el escritor un reservorio inagotable de experiencias, emociones, observaciones y reflexiones que nutren su obra. No obstante, cuando el anhelo de celebridad se convierte en una aspiración insaciable, la constante exposición mediática termina por aniquilar ese espacio personal. De este modo, el autor, en su afán desmedido de notoriedad, convierte cada faceta de su existencia en un objeto de escrutinio y análisis público, hasta el punto en que la línea divisoria entre obra y vida se desdibuja por completo. Este fenómeno, aparentemente trivial, reviste una importancia capital, pues la crítica implacable se dirigirá indistintamente a la obra y a la vida del autor, así como a la relación simbiótica entre ambas.
Sin embargo, la consecuencia más perniciosa de esta sobreexposición mediática reside en la instrumentalización del ser humano, en su cosificación. La ambición desmedida de reconocimiento impulsa a algunos escritores a fotografiarse junto a cualquier figura literaria que consideren relevante, y a simular, con descaro y mendacidad, vínculos inexistentes con personalidades consagradas. Todo este artificio de vanidad, además, ha de ser diligentemente exhibido en redes sociales, en un patético intento de parasitar el brillo ajeno. Se trata, en esencia, del más ruin arribismo artístico y usufructo del esfuerzo ajeno.
En su frenético empeño por cultivar relaciones provechosas para su ascenso meteórico, ciertos autores se procuran entornos y amistades que puedan catapultarlos a la fama, pero que simultáneamente los alejan de la experiencia cotidiana. Esta patológica sed de gloria también genera una profunda desconexión entre el escritor y su realidad inmediata. La empatía y la capacidad de comprender y representar las vivencias ajenas se ven sensiblemente disminuidas por la distancia insalvable que el autor interpone entre sí mismo y su entorno natural (algunos autores incluso se esfuerzan en ocultar la ocupación que les da de comer). En lugar de erigirse en el observador perspicaz de la condición humana que podría haber sido, el escritor ávido de fama termina revestido de artificio, de apariencias incoherentes y de falsas autoproyecciones.
En este contexto de autoengaño y distorsión perceptiva, el escritor deforma la apreciación que tiene de su obra y de sí mismo. La necesidad perenne de halago, adulación e idolatría termina inflando desmesuradamente el ego del autor, conduciéndolo a creer en la supuesta excelencia de una producción literaria errática y a perder la humildad indispensable para el autoanálisis y la mejora continua. El escritor que se considera merecedor de la gloria a menudo cae en la trampa de la autocomplacencia, convenciéndose de que su obra ha alcanzado la perfección y ya no precisa ser perfeccionada o revisada.
Sumido en este estado de autosuficiencia intelectual, la calidad de su escritura inevitablemente se resiente, y el autor suele estancarse en fórmulas cursis, repetitivas y superficiales. La ambición desmedida de reconocimiento, en este sentido, puede actuar no solo como un alucinógeno que induce al autor a creerse una celebridad, sino también como un narcótico intelectual, adormeciendo su sentido crítico de autoevaluación.
No es de extrañar que, en estas condiciones tan adversas, el autor termine reducido a una marca comercial y su obra convertida en simple mercancía. Generalmente, el anhelo febril de fama coincide con el deseo vehemente de convertir la propia obra en un producto de consumo masivo dentro del lucrativo mercado del entretenimiento. En este escenario, con demasiada frecuencia se sacrifican la ética y la integridad creativa en aras de obtener una mayor visibilidad y aceptación en las redes sociales y medios de comunicación.
El camino inverso es el que conduce a la transparencia del autor. Se debe prestar atención primordialmente a la creación artística, no a la figura de su creador. Cuanto menor sea la interferencia del escritor en su obra, mayor será su comprensión. Una vez que la obra ha sido entregada al dominio del público, pertenece irrevocablemente a este.
Si se me solicitara una recomendación sobre la fama, aconsejaría eludirla a toda costa. Creo firmemente en que el autor debe consagrarse a la construcción de un proyecto literario sólido y personal, escribir de forma abundante y disciplinada, pero publicar de manera selectiva, únicamente aquello que supere el riguroso escrutinio de una sana autocrítica. El tiempo, juez inapelable, emitirá su dictamen. Lo demás es silencio, como sentenció Hamlet, el mismo silencio primigenio en el que germina lo que aún espera a ser convocado por la palabra. Escribir, en suma, para iluminar la condición humana, para explorar las profundidades insondables de la angustia existencial, para ofrecer una voz auténtica y significativa en medio del estrépito del mundo. Para esta tarea de vastas dimensiones, se requiere soledad, silencio y, sobre todo, una considerable cantidad de tiempo.
© Jerónimo Alayón y El Nacional. https://bit.ly/3KcYCYv
CITA CHICAGO:
Alayón, Jerónimo. «Pluma y espectáculo». El Nacional. 14 de marzo de 2025. https://is.gd/KTk03Q
CITA APA:
Alayón, J. (2025, 14 de marzo). Pluma y espectáculo. El Nacional. https://is.gd/KTk03Q