Soy hechura de mi pluma, Jerónimo Alayón.

Soy hechura de mi pluma

Yo soy hechura de mi pluma. Mi pluma es lo mejor que hay en mí.

Christabel LaMotte, en Possession (2002)

Los cinéfilos ya sabrán que estamos hablando de Possession, del cineasta estadounidense Neil LaBute, una película estrenada en 2002 y basada en la novela homónima de la escritora británica A. S. Byatt. El filme es cuestionable en algunos aspectos, por ejemplo, el de la subtrama policial tan floja, pero lo que es un acierto reiterado de su director es la belleza de los diálogos, esa capacidad tan suya de elevar a poesía el discurso de los personajes. A los treinta minutos, LaMotte le ha largado a Ash en una carta la frase que ha servido de epígrafe a este artículo y que emplearemos como pretexto reflexivo.

La obra cinematográfica narra el encuentro de los investigadores académicos Maud Bailey y Roland Michell mientras desentrañan un romance secreto entre dos poetas victorianos, Christabel LaMotte y Randolph Ash, a mediados del s. XIX. En este marco y releyendo las cartas de estos, aquellos van enamorándose, no sin antes tener que superar sus propios conflictos personales. Como hemos dicho, la película está salpicada de exquisitos parlamentos, concebidos literariamente, que hacen olvidar indulgentemente sus fallos.

Los poetas Christabel LaMotte y Randolph Ash en la escena del tren

La cita del epígrafe me interesa por su carácter enigmático y su semántica caleidoscópica. ¿Qué significa que un poeta es hechura de su pluma? La respuesta simple podría ser que se escribe a sí mismo, bien como voz dentro de sus poemas —al estilo de las tres voces de T. S. Eliot— o haciéndose referente lejano de sus textos. La compleja, que el autor se reconfigura ontológicamente en cada acto de escritura, por tanto, sería válido afirmar que nadie sobrevive al poema escrito.

Creo que esta consideración ocurre con menor impronta en la narrativa y el teatro, y mayormente en la poesía y el ensayo, parejas de géneros en los que se exacerba el yo de las emociones y el de las intelecciones, respectivamente, y todos susceptibles de hacer que el autor se sienta modificado tras la concepción del texto. Quienes escribimos poemas podremos dar cuenta de la manera como alguna vez la escritura poética nos ha afectado substancialmente al concluirla.

El autor se reconfigura ontológicamente en cada acto de escritura, por tanto, sería válido afirmar que nadie sobrevive al poema escrito.

José Antonio Ramos Sucre (1920)

Cuando se lee a José Antonio Ramos Sucre, por ejemplo, resulta difícil saber si el poeta va construyendo en su obra la autorreferencialidad a su suicidio o si la construcción poética de este va dibujando el contorno ontológico que final y fatalmente tendría el 9 de junio de 1930. Su ultimo poema, Residuo —escrito en marzo de ese año, después del primer intento suicida y tres meses antes del segundo y definitivo—, pareciera delinear el ser definitivo del hombre que le diría a la amada prima Dolores Madriz en carta del 24 de abril de 1930: «Te aseguro que no siento mucho miedo a la muerte». La última epístola a Dolores, previa a la sobredosis de veronal, está plena de autorreferencias alegóricas al finiquito de la vida.

Podríamos decir lo mismo exactamente, pero en sentido diametralmente opuesto, de la obra poética de Antonio Machado en la que el dibujo lírico de Guiomar parece construir el contorno ideal del amor casto e imposible de Pilar Valderrama, y no al revés, como si la pureza del ente de papel creara y condicionara la del ente de carne y hueso. La propia Pilar se lamentaría años después de fallecido el ilustre bardo sevillano de no haber correspondido más terrenalmente al poeta que le dedicó aquellos versos y epístolas tan elevados.

Ahora bien, no estoy hablando de algún tipo de determinismo poético al estilo del que se ha visto ocasionalmente en Los hermanos Tanner, obra en la que Walser pareciera profetizar su propia muerte cuarenta y nueve años antes en la figura del poeta Sebastian. De lo que se trata aquí es de un diseño ontológico trazado por el autor en el papel, una suerte de ensayo en el que va trazando meticulosamente las coordenadas de una geografía interior dominada por un pathos rector: el amor, la tristeza, la desolación, el arrebato místico, etc. En todo caso, es un dibujo existencial que es causa final de una honestidad vertical, ante la cual podríamos decir: «Vivió como escribió».


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Alayón, Jerónimo. «Soy hechura de mi pluma». El Nacional. 19 de noviembre de 2021 | https://www.elnacional.com/author/col-jeronimoalayon/

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