La tierna indiferencia del mundo
A veces los otros nos colocan en una celda. A veces nosotros mismos entramos a la celda. A veces la vida o nosotros somos la celda.
A veces los otros nos colocan en una celda. A veces nosotros mismos entramos a la celda. A veces la vida o nosotros somos la celda.
Es precisamente en ese abismo locuaz —abierto entre el anhelo humano de sentido y el silencio indiferente del mundo— donde la escritura encuentra su más profunda justificación.
El existencialismo es hoy más necesario que nunca. Las premisas que lo hicieron posible en el siglo XX se han profundizado y exacerbado en la actual centuria.
Al hombre que ha visto la entraña del absurdo, del horror, de la maldad, aún le queda un reducto, entre otros: la belleza, pero esta es individualizante, de modo que su contemplación o creación es un ejercicio solitario.
La memoria tiene un componente moral ineludible: todo recuerdo pasa por el escrutinio de la conciencia, y cuando en esta pesa el absurdo más de lo soportable, sobreviene la amargura.
Hay todo tipo de literatura, pero la que a mí me interesa explorar y escribir se hace en el borde del propio ser, desde el cual podemos resbalar hacia la ruptura del lenguaje.