Vete y reflexiona: la valla de Chesterton
El Príncipe de las Paradojas (el escritor británico Gilbert Keith Chesterton) planteó en The Thing (1929) la paradoja que ha dado en llamarse la valla de Chesterton, cuyo texto más citado es como sigue:
En cuanto a reformar las cosas, a diferencia de deformarlas, existe un principio claro y simple; un principio que probablemente se denominará paradoja. En tal caso, existe una institución o ley; digamos, para simplificar, una valla o puerta erigida en un camino. El reformador más moderno se acerca alegremente y dice: «No le veo la utilidad; deshagámosla». A lo que el reformador más inteligente haría bien en responder: «Si no le ves la utilidad, no te dejaré deshacerte de ella. Vete y reflexiona. Luego, cuando puedas volver y decirme que sí le ves la utilidad, quizá te permita destruirla».
Aparte del cuestionamiento a La casa de muñecas, de Ibsen, y la —para mí válida— defensa de la familia, el breve ensayo de Chesterton abre la puerta a una reflexión propiciada por una sentencia suya: «Nadie tiene derecho a destruir una institución social hasta que la haya visto realmente como una institución histórica». Después hará extensiva la máxima «tanto a nimiedades como a verdaderas instituciones, tanto a convenciones como a convicciones». En todo caso, la frase es una advertencia contra el progresismo trivial.
Las instituciones sociales son claves en la cohesión social. Son ellas las que garantizan el sano y sereno enlace entre tradición y progreso, además de la transmisión de valores. Son los pilares que sostienen el ethos de una sociedad. En consecuencia, son las primeras en ser controladas ideológicamente cuando se pretende alguna reconfiguración social. Familia, educación, sanidad pública, economía, religión, organizaciones comunitarias y gobierno pueden ser, en algún momento, la «valla o puerta erigida» en el camino de una sociedad.
La paradoja planteada por Chesterton estriba en la necesidad de alcanzar el sentido histórico de una institución social antes de intentar reformarla. Solo quien conoce a fondo una estructura organizada, generatriz de patrones de comportamiento social, puede aspirar a renovarla si ha comprendido su utilidad. En este caso, cualquier novedad introducida estará al servicio de tal utilidad.
Ahora bien, lo que con mayor frecuencia vemos es lo opuesto: la intervención inculta y trivial de estructuras organizativas por el solo hecho de pretender un cambio cosmético o, peor aún, subsidiario de factores de poder o de alguna corriente ideológica o política. El sustento filosófico que alimenta las instituciones sociales, en estos casos, poco importa. Cuando se habita en el seno de una sociedad cuyas instituciones primordiales son manoseadas sin pudor, apenas queda lugar para el desconcierto. Son sociedades rotas, cruzadas de principio a fin por una grieta en su lógica funcional.
Son sociedades sumidas en el luto del ethos ultrajado, en el recuerdo de aquello que un día hizo de sus congéneres un archipiélago humano, ahora devenidos en burdo disloque. La gran marca de este ya no tan incipiente siglo es la desarticulación metafísica y, por consiguiente, el vacío existencial. Cundidas de cambios inútiles que rápidamente evolucionan a burocracias esclerosadas, en tales sociedades la persona humana se vacía de significado.
El absurdo del que hablaron Camus y Sartre tenía su origen o bien en la tensión entre el anhelo de sentido y la indiferencia del mundo, o bien en la imposibilidad de hallar un sentido a la propia existencia, pero el absurdo contemporáneo nace del secuestro de una identidad que servía de base al anhelo y la posibilidad.
En el estilo literario de Chesterton, las metáforas son cruciales, pues soportan el peso de la paradoja. La valla o la puerta… y el camino. Sea aquella o esta, Chesterton parte de otorgar sentido a lo que no parece tenerlo —diríamos un acto de fe— mientras se lo halla. Es el instante en el que Sísifo es libre de aceptar su destino en tanto que se dispone a acarrear de nuevo la roca en dirección a la cima de la montaña. ¿Para qué sirven una valla o una puerta en medio del camino? Chesterton eligió preservarlas mientras se entendía su por qué y para qué.
Iluso quien piense que se puede trastrocar una institución social sin que las demás se vengan abajo como un castillo de naipes. La imposición en las escuelas primarias alemanas, a principios de la década de 1920, de la caligrafía Sütterlin, abandonando la tradicional Kurrent, parece una nimiedad de las que aludía Chesterton en The Thing. La Kurrent es una caligrafía script de trazo hermoso y uniforme, perfectamente legible. Siendo de arraigo medieval, se utilizó durante siglos. La Sütterlin es una caligrafía corriente (vertical), muy hermosa, cierto, pero cuyas letras son de menor legibilidad. No es un secreto que la caligrafía tiene un valor identitario. Aquella reforma fue apenas el primer síntoma de la colosal desarticulación social que una década después llevaría a Hitler a constituirse en el Führer.
Volviendo a la valla de Chesterton, el asunto de fondo es no solo que el reformador debe conocer a fondo antes lo que pretende reformar, sino que —incluso después de entender su utilidad— debe entender que la valla o la puerta fueron puestas ahí por alguien, que pertenecen a la tradición y, por tanto, al patrimonio humano, de modo que aniquilarlo quizás signifique un despropósito sin camino de retorno.
Ignorar el por qué y para qué de una realidad no es razón suficiente para su destrucción. La barbarie puede conceptualizarse de indefinidas maneras, pero la más cruel de todas sus definiciones es aquella en la que se aniquila lo desconocido. Cuando se lee la historia del nazismo, del comunismo soviético, de las dictaduras latinoamericanas y africanas, no hubo en tales regímenes de aniquilamiento mayor ignoto que los millones de víctimas inmoladas.
Para concluir, hay en la frase de Chesterton un aspecto que la crítica literaria a menudo ha pasado por alto, el tono grave y autoritario del imperativo: «Vete y reflexiona». Desde un punto de vista lingüístico, la construcción contrasta con el carácter reflexivo del párrafo. El Príncipe de las Paradojas tenía una pluma sutil pero firme. Para Chesterton solo quedaba una salida ante los reformistas intrascendentes: mandarlos a paseo… y no le faltaba razón. Cuando se pone en riesgo la identidad individual o colectiva, cuando se amenazan la valla o la puerta… solo queda defender el camino, símbolo de lo que cada uno debe hacer porque nadie más, en toda la historia de la humanidad, lo hará.
© Jerónimo Alayón y El Nacional. https://bit.ly/3KcYCYv
CITA CHICAGO:
Alayón, Jerónimo. «Vete y reflexiona: la valla de Chesterton». El Nacional. 28 de marzo de 2025. https://is.gd/GxyBZE
CITA APA:
Alayón, J. (2025, 28 de marzo). Vete y reflexiona: la valla de Chesterton El Nacional. https://is.gd/GxyBZE