Notas para una ontología de la heteronimia
La heteronimia es la construcción ficcional de un personaje que produce una obra literaria. En este sentido, es innegable la entidad del heterónimo frente a su creación, goce esta o no de autonomía autoral (capacidad del heterónimo de publicar sus textos bajo su propia firma).
Como todo autor, el heterónimo tiene un logos, un pathos y un ethos que comunicar en un estilo propio. En esto radica la esencialidad de la heteronimia. La unicidad de estos aspectos es lo que distingue a un heterónimo de otro o del ortónimo (autor real), una diferenciación de tipo emocional, ideológica, ética y estética.
Esto supone que el diseño ontológico de un heterónimo no es una tarea que se logre de un día para otro garabateando en un papel un perfil psicológico. Toma décadas de construcción sobre la base de una obra que va perfilándolo. De hecho, debería ser incluso susceptible de experimentar su propia evolución filosófica y estilística, incluidas sus propias contradicciones.
Lo que me parece fascinante de la heteronimia es la posibilidad de elaborar una estética poliédrica… la seductora facultad de percibir el mundo de múltiples maneras y traducirlo en obra de arte también de modos tan divergentes entre sí que se cumpla la máxima kafkiana de la literatura como una expedición a la verdad. No tengo la menor duda de que si queremos viajar al corazón de las cosas —como decía Ortega y Gasset— o si deseamos emerger del corazón de estas —según afirmaba María Zambrano—, no hay para ello caminos únicos, sino plurales. La verdad, con relativa frecuencia, habita en la multiplicidad.
En otro orden de ideas, la heteronimia es la dispersión del yo ortónimo, del mismo modo que la luz blanca se dispersa en las distintas frecuencias lumínicas que la componen al pasar por un prisma. Ahora bien, ¿cuál es el medio transparente capaz de hacer que la singularidad del ortónimo se refracte en una pluralidad de heterónimos? En mi caso, cierta experiencia límite y los dispositivos reflexivos que esta activó en mí constituyeron el medio refractario. De alguna manera, la necesidad de interpelar otras narrativas de mí mismo y otras líneas de tiempo favorecieron la génesis de un sistema heteronímico.
Cada heterónimo no es un alter ego del ortónimo, sino el escalamiento de alguna de sus dimensiones ontológicas al punto de conformar un ente ficcional. Lo más complicado del fenómeno heteronímico es que es susceptible de escalar dimensiones contradictorias del ortónimo. Así como un individuo puede experimentar incoherencias ideológicas en un determinado lapso de tiempo, dos heterónimos pueden constituirse en el dimensionamiento de posturas incongruentes del autor real, tal y como ocurre en el caso de Fernando Pessoa.
La singularidad del logos como prerrogativa del discurso heteronímico es tanto más imperativa cuanto que «el arte es —en palabras de Ramos Sucre— individuante». La percepción estética del mundo y su procesamiento y expresión demandan una unicidad de la que el heterónimo no escapa, aun en su condición de ente ficcional. No solo forma parte del pacto ficcional inherente a toda producción heteronímica, sino que es la base de las reglas de juego que rigen la verosimilitud de la heteronimia.
Un factor a menudo necesario para quintaesenciar un sistema heteronímico es el ortónimo, pero ¿es realmente esencial? Creo que vale la pena problematizar esta noción. Una buena razón para construir un heterónimo es la de explorar, por medio de un autor ficticio, posibilidades estéticas, filosóficas y éticas más amplias, profundas y ricas que las ofrecidas por el ortónimo, incluso negadas por este. En tal sentido, ¿por qué no ficcionalizar al ortónimo? ¿Qué se gana o se pierde al convertirlo en un ente ficcional?
Lo primero que salta a la vista es que el ortónimo devenido en ente ficcional gana para sí una flexibilidad, amplitud y profundidad ónticas que no posee el ortónimo. Esta capacidad de reinvención es congruente con la facultad regenerativa de los universos narrativos, por ejemplo. Así pues, el ortónimo ficcionalizado puede deshacerse de determinado lastre ideológico del que no lograría librarse el ortónimo real.
Otro aspecto resaltante de ficcionalizar el ortónimo es que permite al autor distanciarse aún más de su obra. La preeminencia del ortónimo respecto de los heterónimos constituye una suerte de designio rector del que no pocas veces es factible evadirse. Al convertir al ortónimo en otro ente ficcional, se establece una paridad entre aquel y los heterónimos que debería redundar en una mayor autonomía de estos. En este sentido, la crítica literaria podría acercarse a la obra fuera de la égida de su autor real. Este sometimiento es particularmente notable en el estudio de la producción pessoana, en la que el ortónimo tiene un peso definidor innegable.
Ahora bien, resulta difícil ficcionalizar al ortónimo otorgándole autonomía autoral, ya que está naturalmente dotado de ella. Por consiguiente, la única vía técnica para lograrlo es reducir tal independencia al involucrarlo como autor ficticio dentro de la obra de un heterónimo. En tal sentido, valga decir que una condición esencial a un sistema heteronímico es la interacción entre los heterónimos y el establecimiento de relaciones de influencia e interdependencia entre estos.
Por último, queda tocar el asunto de un factor ontológicamente inherente al ser: la dimensión espaciotemporal. Todo ente ocupa un espacio y actualiza su ser en el tiempo. Un sistema heteronímico óptimo debe contemplar el diseño de estas dos dimensiones. Al respecto, es fundamental establecer que las coordenadas ontológicas del espacio y el tiempo deben estar al servicio del pacto ficcional, de modo tal que cada heterónimo pueda actualizar su ser potencial sin fallas de verosimilitud.
La heteronimia es, en última instancia, una insurrección contra la noción autoral que ha regido durante siglos, más enfáticamente desde la invención de la imprenta. La supremacía del autor real queda interpelada en los sistemas heteronímicos al punto de que el autor —como en el caso de Pessoa y su encuentro con José Régio— podría asumir en el mundo real la identidad de alguno de sus heterónimos. La evanescencia de los límites entre ficción y realidad que propicia la heteronimia no es, en definitiva, sino la aplicación de la tesis wittgensteiniana de los límites del lenguaje: los límites de un sistema heteronímico son los de su lenguaje.
© Jerónimo Alayón y El Nacional. https://bit.ly/3KcYCYv
CITA CHICAGO:
Alayón, Jerónimo. «Notas para una ontología de la heteronimia». El Nacional. 16 de mayo de 2025. https://is.gd/TVhXNp
CITA APA:
Alayón, J. (2025, 16 de mayo). Notas para una ontología de la heteronimia. El Nacional. https://is.gd/TVhXNp