La biblioteca de Aristóteles
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«La capital del mundo», de Ernest Hemingway, es un relato poblado de elipsis significativas, de silencios a los que el lector debe ponerles su propia voz.
Estoy convencido de que el mal no es consubstancial al ser humano, sino accidental. Por naturaleza tendemos al bien, y en esto me separo de Kant, Hobbes y otros tantos.
Viajamos hacia un mundo de una plasticidad temporal sin precedentes en el que los jóvenes necesariamente definirán una nueva relación ser-tiempo.
La realidad circundante está poblada de tropos fractálicos que, a su manera, nos hablan de una poesía infinita.
La concepción de héroe órfico es distinta a la de héroe épico, y esto es de capital importancia para entender la trascendencia social del culto órfico en la Hélade.
Hay un momento de la vida, exacto como el rayo que rasga la más profunda noche e ilumina todo por un instante, en el que sabemos para qué estamos aquí, justo en este aquí y en este ahora.