La mortalidad le da sentido a la existencia
Al final de la primera temporada de Star Trek: Picard, el legendario capitán de la USS Enterprise, Jean-Luc Picard, sufre un ataque cerebral después de vencer a los romulanos y muere. Entra así a una «simulación cuántica» en la que, mientras su conciencia es transferida a un cuerpo sintético, tiene una conversación filosófica con el comandante Data. En esta, dice Data una frase que tiene un peso semántico trascendental: «La mortalidad le da sentido a la vida humana. La paz, el amor, la amistad, atesoramos eso porque sabemos que no durará».
El hombre no solo es el único animal que se pregunta por su muerte: es también el único que la teme. Su inminencia, paradójicamente, le otorga sentido a la existencia. La caducidad y finitud de la vida ponen de relieve lo valioso de esta. Si por un momento imaginásemos una existencia inmortal, todos los imponderables de la vida se vaciarían de su inconmensurabilidad. La gramática de la vida ordena su sentido en función de su punto final.
Al respecto, el suicidio es un sens interruptus, la ruptura de un discurso en el que vida y muerte estaban en sintaxis, un hiato ontológico. Con frecuencia se dice que el suicida se quita la vida como consecuencia de haber perdido el sentido de esta, pero es justo a la inversa: la autólisis suspende abruptamente cualquier posibilidad de sentido vital. En el fondo, el suicida actúa contra el ser en potencia que pudiera volver a llenar de significado su constructo existencial. En el suicida no hay pérdida de sentido, sino algo peor: hay extenuación, una sensación de hipotonía en el principal músculo de la existencia: la voluntad de construir un sentido vital con o por los demás.
La mortalidad, como decíamos, paradójicamente llena de significado la existencia al imprimirle un carácter efímero. En este sentido, el ser humano busca, en primera instancia, perpetuar la memoria de su propio existir, a cuyo fin ordena su procreación y el legado de una obra, aquello que Diotima definía en El banquete, de Platón, como ποίησις (poiesis, ‘creación, producción’). Si bien, y estrictamente, el término poiesis es asumido por Platón en tanto que la causa que produce el paso del no ser al ser, constituye, además, una lucha contra el no ser de la muerte, un intento por no pasar del ser al no ser tanático.
Podría decirse, en un sentido alegórico, que todo el arte en cuanto que poiesis es una anábasis, un paso de la muerte a la vida, o más exactamente, a la resurrección —en esta perspectiva que tratamos, pues en otras es más bien una génesis—, dado que la obra de arte provoca que una materia transite del no ser estético al ser estético. La creación estética, por tanto, es más que un simple deseo de inmortalidad: es la transformación de la muerte en un acto poiético que crea un puente entre el ser del artista y el ser de la obra. Sin esta, la muerte es apenas la clausura vital de la existencia. Gracias a ella, la mortalidad crea un nuevo sentido estético para quien en vida se consagró al arte.
Este enfoque podría ser cuestionable por el hecho discriminatorio de que separa a las personas que no cultivan alguna manifestación estética de quienes sí lo hacen, pero es solo una apariencia. La vida es un gran espejismo. Todos, sin excepción, somos poiéticos porque en algún momento hemos amado. Quizás no haya poiesis mayor que el amor. Amar es producir una de las más fascinantes obras de arte… no solo por el factor intrínsecamente creador que hay en toda expresión amorosa, sino porque quien ama aspira a la belleza de la relación con el ser amado. Todo lo que quede fuera de esta ecuación será cualquier cosa menos amor. Si bien ingenuos hoy, aquellos versos de Elizabeth Barret decían la verdad: «En el amor no puede haber ruindad / aunque amen los más ruines de los seres».
La caducidad de la existencia nos proyecta hacia un futuro en el que estaremos ausentes, ciertamente, pero desde el cual iluminaremos el presente a la manera heideggeriana. Nuestra existencia es, de mil formas diferentes, también una obra de arte… o, al menos, debería serlo. Por consiguiente, una vez extinguido nuestro último hálito de vida, nuestra esencia se desvelará en la belleza que hayamos legado del mismo modo que la flor marchita desoculta el fruto. Los humanos estamos especialmente capacitados para asignar significados insospechados a la ausencia de nuestros seres queridos.
Memento mori. Conviene tenerlo presente, en especial cuando se trata de las relaciones humanas. Posponemos a las personas con la misma facilidad con que postergamos trivialidades. La fugacidad de la vida bien puede arrebatarnos lo que parecía más seguro y dejarnos en la más fría madrugada huérfanos de algún afecto primordial. Al cabo, la vida son solo vivencias. Construimos en cada presente los recuerdos del mañana. El vacío de lo que no se vivió apenas es eso, oquedad existencial… y como casi siempre sucede, tiene una formidable acústica para la voz de la culpa.
En la frase del comandante Data hay, sin embargo, un aspecto inquietante: la mención de la paz como uno de los imponderables de la finitud humana. Seguimos insistiendo en ver la paz como el efecto de un modus vivendi y no como su causa. La paz, como el amor, es una decisión que se sostiene en el tiempo. El ser humano, sin embargo, es proclive a su renuncia. Con demasiada facilidad se desiste de ella y se pierde de vista que es pasajera. Olvidamos, como en El triunfo de la muerte (1562), pintura de Pieter Brueghel el Viejo, que tras los enamorados la Muerte espera y toca pacientemente su viola. Hay en ello dos lecturas: de una parte, que el amor está sujeto a la caducidad impuesta por la mortalidad. De otra parte, que el amor puede desafiar a la muerte, pues contra ella fortalece su sentido. Sin embargo, no hay amor sin la decisión de sostener la paz… y no hay paz sin fuerza de voluntad.
© Jerónimo Alayón y El Nacional. https://bit.ly/3KcYCYv
CITA CHICAGO:
Alayón, Jerónimo. «La mortalidad le da sentido a la existencia». El Nacional. 11 de abril de 2025. https://is.gd/6zPDaT
CITA APA:
Alayón, J. (2025, 11 de abril). La mortalidad le da sentido a la existencia El Nacional. https://is.gd/6zPDaT