La tierna indiferencia del mundo
Para mí era el mismo día que se desarrollaba sin cesar en la celda y la misma tarea que proseguía.
Albert Camus
A veces los otros nos colocan en una celda. A veces nosotros mismos entramos a la celda. A veces la vida o nosotros somos la celda. Plantearse profundas interrogantes sobre el propósito de la vida y su valor es peligroso, pero es, al menos, un camino alterno entre los espejismos que se construyen para evadir el absurdo y la vengativa indiferencia con que Meursault responde a dichos espejismos en El extranjero, de Camus.
Meursault devuelve al mundo la misma impasibilidad con que el mundo desatiende sus expectativas de sentido. No sabe el día exacto en el que murió su madre, pero tampoco le interesa ir a París por un empleo mejor. Mata a un árabe sin casi saber por qué lo hizo y recibe con pasmosa apatía su sentencia de muerte. Meursault es la alegoría de la «tierna indiferencia del mundo». De hecho, en la última página de la novela se reconoce en ella con cierto dejo de felicidad.
El de Meursault, ciertamente, es un modo de supervivencia ante el absurdo y el vacío existencial. En El extranjero, él es la víctima del aparato burocrático. Su displicencia ante la ilusión de orden que le ofrece la sociedad es su manera de rebelarse y de hacerse un extranjero, un paria. Él se niega a participar del espejismo, por ejemplo, cuando desestima la tan general convención del duelo y acompaña a Marie a ver una película cómica. Su desdén por el artificio moral lo conduce a vivir el momento según se le presente. Sin embargo, su indiferencia tiene cierto grado de parentesco con la apatía representada en la atrofia burocrática kafkiana. Meursault, salvando las distancias, podría funcionar perfectamente como un burócrata en cualquier novela de Kafka.
Esta opción de vivir al modo de Meursault convierte la vida misma en un despacho burocrático. Transforma a todos los que dependen de él emocionalmente en el K de los relatos kafkianos. La incertidumbre que Marie experimenta, por ejemplo, cada vez que interpela a Meursault sobre el matrimonio es la misma que podemos vivir ante la discrecionalidad de cualquier funcionario estatal. En la antípoda de este modus vivendi, está la ilusión de creer que los sistemas que nos hemos inventado para funcionar como sociedad son paliativos del absurdo existencial. Muchas veces, aquellos solo consiguen subrayarlo y acentuarlo, pero Sísifo seguirá alzando infructuosamente la roca hasta la cima de la montaña…
Por cierto, ahora que mencionamos a Sísifo, Meursault, en una de sus cavilaciones presidiarias, concluye que el esfuerzo otorga sentido a la existencia. El esfuerzo —palabras más, palabras menos— ayuda a sobrepasar el infortunio. Esta premisa también está en el trasfondo de El mito de Sísifo. En todo caso, Camus plantea el esfuerzo como una vía para vadear el sinsentido de la existencia. Sin embargo, el esfuerzo por el solo esfuerzo también es una insensatez. No puede hallarse sentido en el singular hecho de afanarse, salvo que sea para evadirse del absurdo, en cuyo caso estaríamos transformando el afán en un narcótico.
Hablando de burocracia y Sísifo, me resulta irresistible mencionar el síndrome de Sísifo o sisifemia, que no es otra cosa que la repetición de tareas absurdas, carentes de sentido y divorciadas del progreso institucional. El clásico informe de final de período que nadie lee y las listas interminables de funcionarios en mora administrativa que nadie procesa son ejemplos de ello. En estos ambientes, la sensación de no lograr el objetivo y su consecuente desmotivación constituyen un auténtico carcinoma organizacional. En fin, el esfuerzo sin un propósito noble es absurdo.
Cuando Meursault —en la concepción de Camus— estalla en ira contra el capellán que ha ido a asistirle espiritualmente en su última hora, insurge contra el último espejismo del sistema: la esperanza. Al renunciar a esta, Meursault acepta su finitud y se reconoce en la inmediatez de un mundo que, en virtud de que no se preocupa por él, no lo obliga a hallar un sentido trascendente a su existencia. En consecuencia, Meursault no necesita vencer el absurdo, sino mantener viva, hasta el último minuto, la confrontación con un mundo que ha elegido la ilusión como evasión del absurdo.
La primera vez que leí El extranjero estudiaba Letras, a finales de los ochenta. Era muy joven y el existencialismo aún encontraba adeptos fuertes entre los catedráticos. Por entonces, me pareció una propuesta invencible. Sin embargo, a mis casi sesenta, creo en su honestidad, pero siento que hace aguas por todas partes. No es sostenible vivir sin esperanzas. De hecho, una lectura atenta —tanto de la obra como de la vida— de Camus mostrará sus fisuras al respecto. Aquí, las dos preguntas cruciales serían las siguientes: ¿se puede ser existencialista y vivir con esperanzas?, ¿se puede vencer el absurdo? Mi respuesta a ambas interrogantes es que sí.
Personalmente, me he creado mi propio sistema filosófico, una mezcla de existencialismo e idealismo —pues sí, me gusta juntar peras con frijoles— en el que reconozco el absurdo, pero no como connatural al universo, sino como un subproducto humano de la maldad, por tanto, susceptible de ser vencido, y en ello radica mi esperanza: en el hecho de que el alma del hombre se reconoce en la belleza del mundo (para lo cual debe entrenarse en cierto grado de resonancia estética) y, al hacerlo, es capaz de recrear nueva belleza y oponerla al absurdo. El arte es el triunfo de lo humano sobre el absurdo.
Tampoco creo que sea sostenible vivir sin algún grado de trascendencia, humana o espiritual. No sin deteriorar nuestra salud mental. Al tratar de reconocer el reflejo de nuestra alma en la belleza del mundo, en esa pesquisa por la reverberación estética de nuestra interioridad en el exterior, tarde o temprano topamos con la mayor de todas las bellezas y bondades: el amor. La tragedia de Meursault es que eligió no amar a nadie. Fue un extranjero porque se privó a sí mismo de la posibilidad de reconocer una parte de su belleza interior en alguien más… Aquel hombre que se reconocía en la belleza de un cielo nocturno no fue capaz de hallarse en otro cielo más humano. Si el arte es el triunfo de lo humano sobre el absurdo, el amor es el triunfo de lo mortal sobre el vacío existencial y su consecuente déficit de trascendencia… la tierna indiferencia del mundo.
© Jerónimo Alayón y El Nacional. https://bit.ly/3KcYCYv
CITA CHICAGO:
Alayón, Jerónimo. «La tierna indiferencia del mundo». El Nacional. 22 de agosto de 2025. https://is.gd/XHzQuc
CITA APA:
Alayón, J. (2025, 22 de agosto). La tierna indiferencia del mundo. El Nacional. https://is.gd/XHzQuc