La cuarta raíz del principio de razón suficiente
Verano de 1967. Jocelyn Bell, estudiante del doctorado en Radioastronomía de Cambridge, analizaba las señales del gran radiotelescopio que ella y algunos compañeros de posgrado habían construido. Todo parecía normal, excepto por una débil señal de frecuencia exacta que provenía del espacio profundo. Mostró el hallazgo a su director de tesis, el Dr. Antony Hewish, pero este se inclinó por pensar que se trataba de una simple interferencia.
Bell, sin embargo, siguió analizando las señales entregadas por el radiotelescopio. Así pues, en la madrugada del 28 de noviembre de 1967, registró un muy notable pulso electromagnético proveniente del mismo origen. Esta vez, ante la evidencia, el Dr. Hewish admitió el descubrimiento y anotó al margen del registro del radiotelescopio las siguientes siglas: LGM, que significaban Little Green Man (‘hombrecillo verde’). Hewish estaba convencido de que habían recibido una señal de vida inteligente extraterrestre, y así lo hizo constar en un artículo académico que publicó, a principios del año siguiente, en compañía de sus alumnos de posgrado.
A pesar de lo sugestivo que era el planteamiento de Hewish, Bell siguió investigando y, durante las vacaciones navideñas de 1967, descubrió otras tres fuentes de señales, lo que aniquilaba la tesis LGM. Jocelyn Bell había descubierto los púlsares, estrellas de neutrones que giran a gran velocidad sobre sí mismas y que producen un pulso electromagnético.
En 1974, la Real Academia de las Ciencias de Suecia otorgó el Premio Nobel de Física a Antony Hewish y a Martin Ryle (su antiguo jefe en el Mullard Radio Astronomy Observatory) por desarrollar la síntesis de apertura de radio que permitió descubrir el primer púlsar. Jocelyn Bell no fue mencionada en el acta de otorgamiento del Nóbel de Física. Tampoco Cambridge ni los profesores Hewish y Ryle levantaron su voz contra tal injusticia. Estos se convirtieron en los primeros astrónomos en recibir el galardón insignia, y la historia tendría que esperar hasta 2020 para que la primera mujer astrónoma se hiciera acreedora de aquel.
Hay más sobre Jocelyn Bell. Cuando estudiaba Física en la Universidad de Glasgow, era la única mujer en una clase de cincuenta alumnos y debía soportar los abucheos cada vez que entraba al anfiteatro de la universidad. Aun así, se graduó con honores. Mucho antes, teniendo once años de edad, aplazó el examen para ingresar a la secundaria, y se les recomendó a los padres que la ocuparan en las tareas del hogar, ya que lo académico no era lo suyo. Sus padres, sin embargo, decidieron prepararla y probaron suerte en otro plantel educativo, donde Bell prosiguió sus estudios tras aprobar, demostrando gran capacidad para la física.
La vida de Jocelyn Bell es un claro ejemplo de la cuarta raíz del principio de razón suficiente desarrollado por Schopenhauer: nada se hace o se desea hacer sin una razón. Tuvo sobrados motivos para abandonar su vocación científica, pero algo en su interior se constituyó en el motivo suficiente que la mantuvo fiel a su inquietud intelectual. Se trata, pues, de una razón suficiente psicológica. Alguna vez Bell dijo que la astrofísica era su primer amor, pero también aseguró padecer el síndrome del impostor y, por ello, se esforzó en ser tan inteligente y capaz como los otros, así que su razón suficiente era también ontológica y metafísica.
En un mundo dominado por motivadores sensibleros que echan mano continuamente de un pathos sacado de las estanterías de una farmacia del corazón, elegir una razón suficiente en la que se unan el ser y el hacer puede ser incluso un verdadero acto de rebeldía. En este sentido, Jocelyn Bell, contra lo que pudo parecer, fue una insumisa.
Traigo a colación estas reflexiones porque cada vez más me convenzo de que vivimos no solo tiempos difíciles en los que lo axiológico parece un necesario salvavidas, sino que nos hemos debilitado como especie a un punto tal que pareciera imposible avanzar sin una razón suficiente barata, impregnada de emociones superfluas y prestadas… Eso que se ha dado en llamar trabajo motivacional. Necesitamos motivaciones para actuar, nadie lo niega, pero estas deben nacer de una razón suficiente ontológica, no al revés.
Hay condiciones, como la del autismo, cuyo déficit relacional no se supera con borracheras motivacionales. Lograrlo requiere de un inmenso esfuerzo ontológico por ser de otra forma, por devenir en alguien mejor conectado humanamente, para lo cual es esencial tener conciencia plena de quién se es y —lo más importante— de quién se puede llegar a ser. Al cabo, todos tenemos alguna condición, todos debemos luchar contra nosotros mismos, todos estamos obligados al principio heraclíteo de llegar a ser otro distinto del que soy ahora.
Jocelyn Bell pudo convertirse en la primera astrónoma en ganar el Nóbel de Física. Sin embargo, cuando ella dice que no ganarlo fue mejor, da a entender no solo que tiene un claro conocimiento de sí misma y de los posibles efectos del entorno, sino que aquello que en otro pudo convertirse en un lastre emocional y en inercia tendiente al reposo y la inacción, en ella fungió como un elemento catalizador y propulsor.
Esto es, ni más ni menos, el principio de la razón suficiente en el obrar: hallar el logos de la propia acción. Y uno de tal calibre que sea capaz de ser el combustible ontológico de toda una vida.
© Jerónimo Alayón y El Nacional. https://bit.ly/3KcYCYv
CITA CHICAGO:
Alayón, Jerónimo. «La cuarta raíz del principio de razón suficiente». El Nacional. 25 de abril de 2025. https://is.gd/UHV6EZ
CITA APA:
Alayón, J. (2025, 25 de abril). La cuarta raíz del principio de razón suficiente. El Nacional. https://is.gd/UHV6EZ